sábado, 30 de abril de 2011

MURIÓ EL ÚLTIMO GRAN ESCRITOR ARGENTINO

por Enrique Arenz

Después de la desaparición de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, sólo quedaba en la Argentina un escritor trascendental, Premio Cervantes y autor de tres novelas y una veintena de libros de ensayo: Ernesto Sábato. Con él se fue el último gran escritor argentino de proyección universal, porque lamentablemente no quedan ya en el país figuras literarias de esa estatura.

Ernesto Sábato fue toda su vida un hombre de izquierda con actuación relevante en la CONADEP creada por el presidente Alfonsín en el comienzo de nuestra era democrática. Muchos hoy lo recuerdan por ese compromiso, acaso sesgado y no lo suficientemente imparcial ni equitativo, aunque hay que recordar que el prólogo que escribió para el libro Nunca Más fue canallescamente censurado por el actual gobierno. Allí Sábato recomendaba la investigación y el juzgamiento de los crímenes cometidos por el terrorismo.

Pero yo no quiero recordarlo por sus errores humanos. Siempre he dicho que la política es una superficialidad en la que tarde o temprano nos equivocamos todos. Yo quiero hoy recordarlo como el gran escritor argentino que produjo obras memorables dignas de ser leídas aunque uno no comparta las opiniones y pensamientos que reflejan.

Escribió solamente tres novelas. La primera, El Túnel, es una historia psicológica cuyo personaje central, acosado por la soledad y la falta de comunicación humana, nos hace por momentos sentirnos identificados. Es una novela corta, intensa, de ritmo vertiginoso, que uno empieza a leer y no puede dejarla hasta su última página. Y esa última página es cruel, demoledora, deprimente, pero que nos hace sonreír, admirados y agradecidos, por lo bien que nos hemos sentido tratados a través de esa prosa clara y punzante.  La segunda novela: Sobre Héroes y Tumbas, es una historia caótica, profunda, de dificultosa lectura, pero que contiene dos capítulos esplendorosos: uno, escalofriante: "Informe sobre ciegos" (creo que es lo mejor que escribió Sábato), y el otro, el famoso "Romance de la muerte de Juan Lavalle", que el mismo Sábato solía leer en los Teatros de Buenos Aires junto a la voz y la guitarra del maestro Eduardo Falú, en un espectáculo de poesía y música inolvidable. La tercera y última novela, Abadón el exterminador, adolece quizá (es solamente mi opinión) de la calidad literaria de las dos anteriores. Yo al menos no pude terminar de leerla nunca, aunque recibió importantes premios internacionales, y ha sido merecedora de unánimes elogios por parte de la crítica.

Dueño de un estilo que atrapa al lector, lo excita, lo conmueve y a veces lo exaspera, yo no he encontrado en otros escritores argentinos una capacidad similar para expresar con tanta elegancia y erudición hasta las ideas equivocadas que defendía. Sus ensayos, tales como Uno y el Universo, Apologías y rechazos, Heterodoxia, La cultura en la encrucijada nacional, Itinerario y El escritor y sus fantasmas, entre muchos otros, son ejemplos de escritura comprometida y, al mismo tiempo, de calidad literaria. 

Todo en sus ensayos es de tendencia izquierdizante, pero lo escribe con tanta inteligencia, con tanto alarde de conocimiento y, sobre todo, con tan honda pasión y convicción, que uno lo lee encantado, aunque no esté en nada de acuerdo con lo que dice. Si leer las dos primeras novelas de Sábato es un placer estético inigualable, leer sus ensayos es un goce intelectual, por el uso del lenguaje el estilo llano y conciso y la autenticidad que uno respira detrás de cada palabra.

Yo he leído y releído todos y cada uno de los ensayos de Sábato, y puedo decir que, con excepción de los dos últimos, Antes del fin y La resistencia (que tal vez nunca debió escribir), donde exhibe más exacerbados que nunca el pesimismo y el desaliento que lo torturaron toda la vida, los devoré con esa extraña mezcla de rechazo permanente por sus ideas políticas diametralmente opuestas a las mías, y a la vez con el grato sentimiento de estar aprendiendo a escribir con esa pluma magistral. He saboreado cada una de sus frases con la fruición de un sibarita literario.

No era un hombre creyente, como tantos artistas, y vivía acosado por la certidumbre de que el mundo se derrumbaba, que el capitalismo iba a destruir a la humanidad y que no había esperanzas ni en este mundo ni en el otro. Con todo, yo y muchos como yo, rezaremos hoy para que su alma mortificada encuentre la paz que no tuvo en su angustiosa vida.

Adiós, maestro, me hubiera gustado que usted fuese liberal, pero todos no podemos pensar igual. Usted nunca usó la literatura para hacer política, nunca quiso persuadir con recursos indignos, usted simplemente decía lo que pensaba y escribía lo que le dictaba su conciencia. Y hasta donde sé, con todos sus defectos, neurosis y errores, nunca le faltó el respeto a quienes pensaran diferente. Que haya sido una persona tolerante es para mí suficiente virtud para tenerlo en mi biblioteca y en mi corazón entre los hombres de letras que más admiro.

(Se permite su reproducción)

  • "Es trágico y siniestro que el fanatismo y la mala fe difundan el sofisma: 'O comunista o fascista'. Parece que inevitablemente hubiese que ser -de un lado o del otro- partidario del terror, la venganza, la opresión, la calumnia, la duplicidad y el servilismo que caracterizan a todos los regímenes totalitarios"
 Ernesto Sábato, HETERODOXIA, ensayo publicado en 1953. 

 Sobre héroes y  tumbas (Fragmento del Capítulo 1):


¿Aquí se sentó Bruno?
"Un sábado de mayo de 1953, dos años antes de los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama. 

"Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos. "Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas", pensó Bruno, cuando, después de la muerte de Alejandra, Martín le contó, confusa y fragmentariamente, algunos de los episodios vinculados a aquella relación. Y no sólo lo pensaba sino que lo
Estatua de Ceres
comprendía ¡y de qué manera!, ya que aquel Martín de  diecisiete años le recordaba a su propio antepasado, al remoto Bruno que a veces vislumbraba a través de un territorio neblinoso de treinta años; territorio enriquecido y devastado por el amor, la desilusión y la muerte. Melancólicamente  lo imaginaba en aquel viejo parque, con la luz crepuscular demorándose sobre las modestas estatuas, sobre los pensativos leones de bronce, sobre los senderos cubiertos de hojas blandamente muertas. A esa hora en que comienzan a oírse los pequeños murmullos, en que los grandes ruidos se van retirando, como se apagan las conversaciones demasiado fuertes en la habitación de un moribundo; y entonces, el rumor de la fuente, los pasos de un hombre que se aleja, el gorjeo de los pájaros que no terminan de acomodarse en sus nidos, el lejano grito de un niño, comienzan a notarse con extraña gravedad. Un misterioso acontecimiento se produce en esos momentos: anochece"
Parque Lezama
Esta es la primera página de la novela Sobre héroes y tumbas. Una bellísima descripción del sentimiento de soledad y tristeza en un lento y melancólico anochecer en el parque Lezama. Las fotografías de los lugares descriptos por Sábato las tomé personalmente el 4 de mayo de 2011, como un modesto homenaje al gran escritor argentino fallecido pocos días antes.