martes, 13 de marzo de 2012

Axel Kicillof: tenés que saber esto

EL DÍA QUE CARLOS MARX DESCUBRIÓ SU ERROR

por Enrique Arenz


En su artículo “Axel Kicillof, el marxista que desplazó a Boudou”, (hacer clic para leerlo) publicado en La Nación el 12 de marzo,
el periodista Carlos Pagni nos sorprende al informarnos que el actual vice ministro de Economía Axel Kicillof es un marxista tan convencido y apasionado que no solo creé en la lucha de clases sino que hasta empezó a estudiar el alemán para leer El Capital en su versión original. 

Seguramente Kicillof no lo sabe, pero hay presunciones muy serias que revelan que Carlos Marx, cuya obra fundamental El Capital consiste en un arduo y pesado desarrollo de la teoría del valor trabajo, tuvo una crisis intelectual muy profunda cuando descubrió que esa teoría estaba absoluta y radicalmente equivocada.
 

Carlos Marx ya tenía escritos los tres tomos de El Capital y publicó el primero en el año 1867. Algo sucedió en el alma y en la mente de ese intelectual para que se negara sistemáticamente a publicar los dos tomos restantes. Algo que se mantuvo celosamente oculto porque nadie explicó nunca cuál fue el motivo para esa obstinada negativa que se mantuvo hasta su muerte, en1883.

Nótese que entre la fecha de publicación del primer tomo, y  su fallecimiento, transcurrieron dieciséis años. Fue recién después de su muerte que su amigo Engels decidió dar a la imprenta esos dos tomos que no agregan mucho a lo ya escrito en el primero, pero que insisten en sus conceptos dialécticos de la plusvalía y el valor de todas las cosas en relación al trabajo que costaba producirlas.

Lo que ocurrió, según lo que he podido razonar, fue lo siguiente:

Carl Menger
En 1871, apenas cuatro años después de que apareciera el primer tomo de El Capital, un brillante y joven economista austríaco, Carl Menger, publicó su libro Principios de economía política en el que expone irrebatiblemente la llamada Teoría subjetiva del valor, una teoría que podríamos resumir así: El valor de una cosa cualquiera es el que nosotros le atribuimos, y el precio que estaremos dispuestos a pagar por ella será siempre inferior al valor atribuido.
En ese libro Menger demostró que era falso que el trabajo fuera la causa  del valor de las cosas. ¡El valor es subjetivo! No tiene nada que ver ni siquiera con los costos de producción.
La moderna Teoría subjetiva del valor (también denominada “Revolución marginalista”), que en verdad fue descubierta en forma casi simultánea por cuatro economistas del siglo xix: Herman Gossen, el mencionado Carl Menger (que logró una inmediata divulgación en su tiempo), William Stanley Jevons  y León Walras), demostró que el valor no está intrínseco en las cosas sino que se lo atribuimos nosotros de acuerdo a nuestras particulares necesidades y preferencias y con ajuste a nuestra personal e intransferible escala de valores. Este revolucionario concepto es nada menos que la clave para la comprensión de la economía moderna y de la conducta de las personas en el mercado.
Tan importante es para cualquier intelectual empeñado en la búsqueda de la verdad conocer los postulados de la teoría de valor, que quien ha tenido la suerte de descubrirla, comprenderla en sus vastos alcances y escudriñar sus infinitas derivaciones, no sólo accede a una cosmovisión insospechadamente innovadora, sino que hasta llega a experimentar un cambio trascendente en su vida privada. Por otro lado, quien en el mundo intelectual no ha accedido aún a tal conocimiento (muchos, demasiados, lamentablemente), le resultará inútil intentar comprender la importancia de la libertad económica. Le será mucho más fácil adherir a las falsas ideologías que la niegan.
Pues bien, Carlos Marx estaba equivocado, terriblemente equivocado en toda su teoría económica, pero de una cosa no hay duda: era un hombre muy inteligente y, quiero creer, intelectualmente honesto. Yo no tengo la menor duda de que debió leer el libro de Menger. ¿Cómo no lo iba a leer? Vivía en Londres, uno de los centros de la intelectualidad mundial, cuna, por otra parte, de la ciencia económica fundada por Adam Smith, y en ese círculo ningún pensador o economista dejó de sorprenderse ante las ideas del brillante Menger. La conclusión llega sola: un hombre inteligente como Marx no podía negar ni pudo rebatir una teoría que hasta hoy ha resultado epistemológicamente irrebatible. Comprendió, y esto debió de resultarle muy doloroso, que el esfuerzo intelectual de toda una vida había estado mal encaminado. Por eso no quiso publicar los dos volúmenes inéditos de El Capital, tal vez con la intención de analizar en profundidad el problema, tratar de poner a prueba la teoría subjetiva del valor que debió dejarlo perplejo, y buscar la manera de destrozarla argumentalmente. No lo consiguió en dieciséis años. Finalmente murió con el fracaso en el alma.
Pero como suele ocurrir en estos casos, o la viuda o los amigos del muerto se encargan siempre de publicar lo que el muerto no quiso publicar (sobran los ejemplos). En este caso la mujer de Marx ya había fallecido, así que le tocó a Engels traicionar la voluntad de su derrotado amigo.
Y así llegamos al año 2012 en que un joven economista argentino llamado Axel Kicillof, comisario ideológico de la presidente Cristina a quien  ella escucha, según dice Pagni, con reverencia y devoción , se pone a estudiar el complejo idioma alemán nada más que para entender mejor la falsa teoría del valor trabajo que desarrolló erróneamente el pobre Carlos Marx.
Sólo podemos darle un amistoso consejo al economista Axel desde esta modesta columna: Ya que insiste en aprender alemán, que lea también a Carl Menger, pero no sólo a este pensador, que lea a otro austríaco que quizás escuchó mencionar pero seguro no estudió en la Universidad: Ludwig von Mises, sobre todo su obra cumbre La Acción Humana. Y si quiere profundizar un poco más, tal vez le convenga hojear algo de Hayek, particularmente su 
librito Camino de Servidumbre. Ahora, bien, si no le resulta desdoroso y condesciende a incursionar en autores 
Alberto Benegas Linch (h)
argentinos, que también los tenemos, y sobresalientes, le puedo recomendar a dos: Alberto Benegas Lynch (h) y Gabriel Zanotti. Hay muchos más, pero con estos tendría para empezar.

(El lector que deseé ampliar sus conocimientos sobre la Teoría subjetiva del valor puede consultar el libro del autor "Libertad: un sistema de fronteras móviles" haciendo clic en el título. Puede bajarse gratuitamente en PDF.)

Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog.
 

martes, 6 de marzo de 2012

En defensa de los docentes

NO HAY PROFESIÓN MÁS IMPORTANTE QUE LA DEL MAESTRO

por Enrique Arenz

No es verdad que los docentes argentinos trabajan cuatro horas y descansan tres meses, pero ojalá fuera así, ojalá disfrutaran de esas ventajas y de un sueldo digno que jamás tuvieron desde Sarmiento hasta hoy. No porque merezcan privilegios sino por razones de lógica económica y de escala intelectual.

En el mundo de hoy, los trabajadores mejoran sus ingresos si aumentan su productividad, y para que se produzca ese fenómeno se necesitan dos componentes: la capacitación del trabajador y  las modernas tecnologías.

Ahora bien, la docencia, (que es formadora de futuros trabajadores y técnicos productivos), por sus características, no ha aumentado su productividad en siglos. Sin embargo vemos que en los países centrales es una de las profesiones más respetadas y mejor remuneradas. Alguien podrá preguntarse: si no aumentó su rendimiento, ¿por qué una maestra puede hoy comprarse un automóvil?

La ciencia económica lo explica. Primero: la sociedad sabe que hay que sustraer a los docentes del mercado laboral que los tienta hacia otras actividades más rentables, simplemente porque una sociedad moderna y altamente productiva necesita excelentes maestros y profesores, y para que no abandonen las aulas hay que ofrecerles buenos sueldos y ventajosas condiciones de trabajo; y segundo: en el mercado impera la ley de los menores costos, y cuando las empresas reducen sus costos de producción por la inversión tecnológica, los ahorros de capital así logrados benefician al conjunto de los consumidores sin discriminar entre quienes han alcanzado mayor o menor productividad.

Raymond Ruyer lo explica claramente: “Un profesor de 
gramática puede comprar ahora un automóvil no porque haya aumentado su rendimiento como profesor, sino porque los productores de automóviles han aumentado su rendimiento como productores”

Un cirujano suele cobrar elevados honorarios por una operación que le lleva un par de horas. No por ello es un privilegiado. Todos comprendemos que sus conocimientos y su responsabilidad merecen esa remuneración. ¿Cuánto tiempo le lleva a un abogado redactarnos esa carta documento por la que tendremos que pagar un elevado honorario? ¿Por qué el respeto y la consideración social y política de un maestro no tiene que ser similar a la que le tributamos a un médico o a un abogado?

Las tres actividades: maestro, médico y abogado, son  nobles profesiones que requieren vocación, exigente estudio, perfeccionamiento constante, altísima responsabilidad personal y a veces hasta valentía y nervios de acero.

Pero la del maestro es la más trascendente porque sin ella no habría otras profesiones. ¿Acaso es menos importante educar responsablemente a treinta niños en un aula que extirpar un apéndice o redactar un par de carillas legalmente eficaces? 

Vapulear a los maestros por la cantidad de horas que permanecen ante sus alumnos, y comparar el régimen docente con el que cumplen otros empleados públicos o trabajadores no sólo es ofensivo y desalentador para miles de maestros, es también de una pobreza cultural alarmante, y un mal ejemplo para una sociedad extraviada en sus valores que ya tiene una tendencia natural a nivelar todo por lo más bajo, donde el peón envidia al constructor y el chacarero odia al pool de siembra. La política argentina estimula estos rencores cuando debiera educar para que todos intenten prosperar en base a la superación personal, y emulen a quienes han logrado mejores posiciones en base a capacidad y trabajo honrado. 

En las sociedades desarrolladas y cultas predomina el concepto de valoración diferencial de los aportes que cada profesión y cada ciudadano hace al conjunto. Hay jerarquías de méritos, esfuerzos y resultados.

Lo que sí debiéramos evitar es que los docentes se vean obligados a hacer dobles turnos para poder vivir decorosamente. Cuatro horas al frente de un aula, y muchas horas más de preparación y planificación de tareas en su casa, si esas horas están invertidas con seriedad y amor hacia los educandos, que son nuestros hijos y nietos, tienen que ser suficientes para ganar no los "diez mil pesos de básico" que chicaneó el ministro Sileoni como si fuera una fortuna, sino muchísimo más. Porque tal vez el ministro y la presidente no lo sepan, pero hoy con diez mil pesos un educador tampoco podría vivir dignamente. 

Mi solidaridad con los maestros argentinos que a pesar de tantas ingratitudes e injusticias se esfuerzan por educar a nuestros niños en medio de condiciones cada vez más difíciles, hostiles y peligrosas.

Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog.